¿Por qué se deja de amar?

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Dejar de amar a una persona es tan poco explicable como enamorarnos de ella.

El descubrimiento de ese repentino desamor es una experiencia dolorosa que nunca resulta fácil de manejar. La mujer, según los psicólogos, tiene la dudosa ventaja de percibir antes que el hombre cuándo la llama del amor se ha apagado.

Son muchas y muy variadas las formas en que la mujer percibe el fin del amor. Cada una tiene su manera muy personal de descubrir que los sentimientos que le inspiraba un hombre se han esfumado para siempre.

Unas lo saben porque las enfurece lo que él va a decir, aun antes de que haya abierto la boca; otras porque sus caricias empiezan a resultarles insoportables, y otras más porque se dan cuenta de que lo que ella consideraba que eran las grandes virtudes de él se han convertido en hábitos que ahora la irritan sobremanera.

«El amor no es más que una gran expansión de la imaginación», afirma la psiquiatra norteamericana Ethel S. Person, en su libro Sueños de amor y encuentros significativos. Y agrega: «Dejar de amar es, en cambio, una contracción de la misma. Así como todo nos parece más grandioso, más bello, más brillante, cuando nos enamoramos, ocurre lo contrario cuando dejamos de amar. Entonces vemos todo lo que rodea a la otra persona más pequeño, más feo, más sombrío.»

Lo que resulta más impactante para la mayor parte de las personas que dejan de amar, es que no siempre se encuentra una explicación clara y lógica para lo que sucede.

«Algunas veces, desde luego, hay razones muy evidentes para dejar de amar a una persona, pero en muchas otras, no hay explicación lógica para lo que sucede.

En ellas el desamor resulta tan caprichoso y tan inexplicable como el amor.»

También existen muchas diferencias entre la forma en que va surgiendo el desamor, tantas como en las que surge el amor.

Así como hay amores que sufren una muerte súbita, hay otros que van esfumándose poco a poco, hasta que dejan de existir.

Entre estos dos extremos existe una gama infinita de posibilidades. Por lo tanto, resultaría muy poco válido hacer recomendaciones para evitar que el amor se acabe, porque jamás tendrían una aplicación general.

Por otra parte, casi siempre se considera como víctima a la persona que ha dejado de ser amada. Sin embargo, la realidad de las cosas es que dejar de amar suele también ser una gran tortura, sobre todo cuando hay un matrimonio de por medio.

La voz insistente que nos dice que ya no amamos a la persona a la que se suponía que íbamos a amar hasta el fin de nuestros días puede llegar a convertirse en un verdugo inmisericorde, muy difícil de resistir.

Muchos psicólogos aseguran que la señal más inconfundible de que se ha dejado de amar a una persona es que se le ha dejado de admirar y respetar.

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