Las enfermedades de los pobres no son rentables

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Médicos Sin Fronteras (MSF) y la Universidad de Harvard han elaborado un duro informe sobre la industria farmacéutica: los laboratorios casi no producen fármacos contra la malaria, la tuberculosis y la enfermedad del sueño “porque no son rentables”. El informe incluye otras enfermedades de los pobres desatendidas por las multinacionales del sector, como el mal de Chagas (con más de dos millones de infectados sólo en Argentina), el dengue o la lepra.

El estudio destaca las paradojas del progreso científico y la revolución sanitaria de los últimos 30 años, que han significado adelantos médicos sin precedentes. Pero esa revolución “dejó en la cuneta a la mayor parte de la población mundial”. Han sido consultadas las 20 más importantes industrias, que representan casi 117.000 millones de dólares del mercado farmacéutico mundial. Sólo 11 empresas han rellenado el cuestionario. En los últimos cinco años, ninguna de ellas ha sacado al mercado nuevos medicamentos para tratar las enfermedades olvidadas. Esas multinacionales destinan a investigación entre 500 y 1.000 millones de dólares anualmente, pero no dicen en qué invierten esa cantidad. Ocho de la 11 empresas declaró no haber gastado nada el año pasado en ese tipo de investigaciones.

El diagnóstico de MSF y la Universidad de Harvard coincide en esencia con el análisis realizado en la obra de Susan George, presidenta del Observatorio de la Mundialización, de París: El Informe Lugano. Sobre la Conservación del Capitalismo. La autora afirma que “nuestro sistema económico actual es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir millones de perdedores con los que nadie tiene la más mínima idea de qué hacer”. La voracidad salvaje de las grandes empresas es la causante de una inhumana filosofía de secuelas estremecedoras: 17 millones de personas mueren al año por no disponer de medicamentos adecuados. Pero no sólo se trata de esos medicamentos. Anesvad aporta este dato: una caja de penicilina que cuesta unos tres euros en Europa, puede llegar a valer hasta siete u ocho veces más en el tercer mundo.

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