Enganchados al juego

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La anécdota que define la vida de J. C., de 69 años, sería fabulosa contada por cualquier persona normal. Una mañana, metió cinco duros de los antiguos en la máquina tragaperras de su bar habitual y sacó 20.000 pesetas. Cruzó al bar de enfrente, metió otra moneda, y obtuvo otras 20.000. Sin embargo, él lo cuenta conteniendo las lágrimas: ‘Esa misma tarde me había jugado las 40.000, y más que llevaba’, relata. Hoy llama al problema por su nombre: es ludópata, jugador compulsivo, y no se puede acercar a una máquina. Cinco años de terapia en Jugadores Anónimos le han convencido, además, de que ‘esto no se cura nunca’.

La ludopatía o adicción al juego figura desde hace años junto al alcoholismo o las drogadicción como una grave enfermedad, no un vicio. Su aumento en España es problemático, a tenor de la evolución de la cantidad jugada: un 37% más en los últimos cinco años hasta los 26.037 millones de euros. Apenas hay respuesta pública, sin embargo, a un drama que afecta ya a 1.670.000 españoles y a sus familias, a las que roban y arruinan moneda a moneda.

Este dato es una proyección del servicio de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal, en Madrid. De ellos, 600.000 son ludópatas y más 900.000 jugadores-problema. En el argot médico, jugador-problema es ‘el que roza la ludopatía, pero no incurre en detalles como faltar al trabajo por jugar o pedir prestado dinero; la diferencia es mínima’, explica el doctor José Antonio Ramos, de la unidad psiquiátrica especializada en juego de este hospital. En la red pública, sólo existe este servicio y otro similar en Bellvitge, Barcelona. Ni siquiera hay un estudio de prevalencia de la enfermedad a nivel nacional.

En el V Congreso Europeo de Políticas y Estudios del Juego, celebrado esta semana en Barcelona, el catedrático de Psicología vasco Enrique Echeburua presentó un perfil del ludópata: varón de 30 a 40 años, casado, con un nivel intelectual medio y económico medio-bajo y que consume alcohol a diario. La adicción se da sobre todo en las máquinas tragaperras, ya que ‘es más fuerte cuanto más inmediato es el premio’, dice Ramos. ‘Es raro que alguien enferme con la Lotería, en la que pasan días entre la apuesta y el premio’.

Pero además, nuevos estudios (del propio Ramón y Cajal o de la Universidad de Barcelona) han descubierto que hay un 2,4% de los adolescentes españoles (unos 170.000) con problemas de juego. También las asociaciones de jugadores en rehabilitación han advertido del aumento de la ludopatía entre los jóvenes, a raíz de su demanda de tratamiento. Según datos de la Federación Andaluza de Jugadores Rehabilitados (Fajer), el 4,5% de los niños andaluces entre 11 y 14 años reconoce que ha jugado ‘muchas veces’ con dinero.

El 2,4% de los adolescentes españoles (unos 170.000) son jugadores compulsivos

‘Se nota mucho el problema de las videoconsolas’, explica Carlos Rodríguez, presidente de Alejer (el equivalente en Leganés), donde acuden a tratamiento 200 personas a la semana. ‘Muchas veces el origen está en una adicción a los videojuegos, ya que en las salas de recreativos conviven estas máquinas con las de tipo B [tragaperras]’.

A diferencia del control que se ha desatado sobre el alcoholismo juvenil, María José Barrero, directora general del Juego de la Comunidad de Madrid, afirma que ‘no es habitual que haya sanciones por permitir jugar a menores. El control no es nada sencillo debido a que no hay restricción de acceso en muchos establecimientos’.

Gracias a las asociaciones de jugadores (más de 50 en toda España), los ludópatas pueden llegar a ‘controlar’ su adicción gracias a terapias de grupo. Pero sólo gracias a ellas. Leonardo Soriano, presidente de la federación de estas asociaciones (Fejar), señala que ‘ni una peseta se dedica a ludopatía. Hoy día, las administraciones no tienen respuesta para este problema’. Aparte de los recursos y de su reconocimiento como problema sanitario (de orden psiquiátrico), otra reivindicación clave para los enfermos es ‘que las máquinas se metan en salones, y sacarlas de los bares. La persona que se quiera autoprohibir el juego debe poder hacerlo, como pasa en los bingos y en los casinos’. Aun así, esto no evitaría un nuevo frente: ‘Tenemos jóvenes de 14 años en la asociación con gravísimos problemas, sobre todo debido a Internet’, añade Soriano. ‘Ya no hace falta ni tener un ordenador en casa, para eso hay cibercafés, que no tienen ninguna regulación. Los menores de 18 años tienen prohibido el acceso a los juegos de azar, pero aquí han venido menores que se han gastado 700.000 pesetas por Internet sólo con los datos de la tarjeta de crédito de sus padres’.

El año pasado 28.747 personas tenían la entrada prohibida a los casinos y 19.455 a los bingos a petición propia, según datos de la Comisión Nacional del Juego. La cifra viene aumentando desde 1996 en más de 2.000 personas al año. Uno de ellos es J. M., de 39 años, con una historia común: ‘Yo miraba a las señoras gastarse el dinero en las máquinas y no me lo podía explicar. Después, yo mismo superé todos los límites’. Deportista, a los 29 años tuvo una lesión que le impidió seguir entrenando. ‘Todo ese tiempo lo empecé a llenar con el póquer y, cuando estaba solo, con las máquinas. Pedí dinero a todo el mundo y acabé robando a mis hermanos y a mis padres’. Después de cinco años de tratamiento, aún sigue recayendo.

El sentido común contra ‘la falacia del jugador’

El director del departamento de Estadística e Investigación Operativa III de la Universidad Complutense, Conrado Manuel García, realiza todo su trabajo sobre la Ley de la Probabilidad y es experto en la Teoría de Juegos. Por si sirve de algo, advierte: ‘Yo no juego a nada’. Manuel se apoya en la expresión matemática la falacia del jugador para desacreditar cualquier forma de juego sistemático. La falacia consiste en creer que hay tendencias en sucesos independientes, como las tiradas de dados o las jugadas de una ruleta.

‘Si tiras un dado, la probabilidad de que salga un tres, por ejemplo, es de 1/6. Si lo tiras otra vez, la posibilidad vuelve a ser 1/6. Y puede salir el número tres 20 veces seguidas, que a la siguiente tirada la probabilidad de que vuelva a salir seguirá siendo la misma’, explica. El jugador piensa que, por haber salido un número muchas veces no puede volver a repetirse, o que por no haber salido nunca está a punto de hacerlo. Esa falacia es lo que le mantiene atado a su bingo o a una ruleta. La expresión ‘la máquina está caliente’ es un claro ejemplo.

En el caso de las máquinas tragaperras, la lógica es aplastante. ‘La recaudación de una máquina se reparte entre el dueño, el jugador, el del bar y Hacienda’. Planteamiento: ‘Si en ese reparto el único que pone dinero es el jugador y los otros tres siempre cobran ¿quién pierde? Pues el jugador’. Como en todo juego organizado, se paga un canon al operador (un 25% en las máquinas) que no revierte en premios. ‘Además de que la probabilidad de ganar es minúscula, hay una pérdida directa sólo por jugar’, dice Manuel. Por tanto, nuestra oportunidad de ganar tiene siempre esperanza negativa, en términos matemáticos: nunca vamos a recuperar el mínimo apostado. Cuanto más se juega, más se pierde. ‘En las máquinas’, concluye, ‘el jugador alimenta con cada moneda una esperanza de pérdida cada vez más aguda. La probabilidad está siempre en su contra’.

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