Doña Margarita, la domadora de tormentas

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Vive en la provincia de Jujuy, y de «moza» usó boleadoras para cazar pumas que, una vez cocidos, «saben a cabrito» Toda su vida la pasó en una estancia criando cabras y juntando sal. Se casó pero no tuvo hijos
¿Cómo se hace para vivir tanto tiempo? «Y… se vive nomás», afirma.

¿Cuántos años tiene doña Margarita? ¿Cuántos, si ni siquiera ella logra recordar ese dato? Podría tener 117 o más, creen algunos. Quizá ya sea la mujer más anciana del mundo, pero, por ahora, no hay manera de comprobar si ha destronado a la china Du Pinhua, de acreditadísimos 116. O si ha alcanzado el récord de Marie Bremont, fallecida en 1997, en Francia, a los 121.

«Se cree que tiene 117 por ciertas historias familiares que cuenta, aunque ella dice que tiene más», explica a LA NACION Silvia, la mujer que la visita varias veces a la semana, se ocupa de cobrarle mensualmente la pensión de 100 pesos y de traerle al cerro los remedios, las gaseosas y la infaltable coca. Coca de coquear.

Doña Margarita Lacsi, puestera, criadora de cabras, recolectora de sal, conocedora del arte de hacer quesos y domadora de vientos y tormentas -ya van a ver-, vivió toda su vida dentro de los límites de una gran estancia. Tan grande que es como un mundo en sí misma. Y es su mundo.

Por aquí nació. No exactamente en este oasis verde, perfecto, con un río cantarín que se desliza por la ladera del cerro y ciruelos y durazneros que florecen en blanco y fucsia. No en esta casona colonial de adobe, que habita hoy acompañada por don Velásquez, cuya mujer enferma vino a cuidar a la abuela hace como 20 años, hasta el día de su muerte, y luego se quedó aquí. No. Margarita nació en las alturas del cerro, posiblemente en una zona conocida como Quesada.

«¿Cuántos años tiene usted?», pregunta LA NACION. «Háblele fuerte, que no lo va a escuchar», recomienda Silvia. Y de inmediato asiste, gritándole al oído con todas sus fuerzas: «¡Qué cuántos años tiene usted!»

Al principio es un balbuceo confuso, unas palabras que se insinúan, pero no se entienden bien. Como cuando comienza una película mexicana o española: hay que acostumbrar el oído. En minutos, las frases cortas y concretas de Margarita se comprenden sin ayuda.

«¿Cuántos años…? No… no me puedo acordar. ¿Cuántos años tendré? Más de dos mil, quizás», dice y la ocurrencia provoca un estallido de carcajadas en los presentes. Y también en Margarita, que disfruta de hacer reír.

Carne de puma

Pese a su imagen de total fragilidad -aunque todavía camina, ayudada por dos bastones-, Margarita es muy fuerte. Se levanta todos los días alrededor de las 10 y un rato más tarde ya está cocinando. Come de todo: «Locrito, cordero, arroz, mucho maíz», y, para regocijo de los adictos a la nicotina, jamás ha dejado de fumar.

«No hay secreto -dice, ante la pregunta obligada de cómo se hace para vivir tanto-. Se vive nomás.»

Silvia relata que de moza, en el cerro, Margarita cazaba leones (pumas) con boleadoras. Y que -le contó- luego comía su carne. «Ella cree que, por ahí, se hizo fuerte de comer tanto león», explica. Y agrega Margarita: «Tiene gusto a cabrito».

En la galería de la casa, sentadita al sol, acompañada por el canto de los pájaros y el murmullo del río, que en verano -dice- se enfurece y mete miedo, Margarita evoca, a pedido, sus recuerdos.

Su marido -don Roque-, la vida en el cerro, las travesías de cinco días a lomo de mula hasta el salar «pa´ traerle sal al patrón» y la soledad por la falta de hijos que la vida no le dio. En su lucha por recuperar sus recuerdos y traerlos al presente ha resignado los menos trascendentes, como las fechas y las edades. Pero consiguió arrebatarle al tiempo los más importantes.

Por ejemplo: no se acuerda de en qué año ni de qué edad tenía cuando se casó, pero puede revivir su boda y su vestido de novia color celeste.

-¿Usted tendría 20 años, quizás?

-Masito… Primero noviamos… usted tiene que saber cómo es, si es malo, si es bueno… ¿Pa´ qué tener un marido malo? El era mayor. Era viejito ya.

-¿Y resultó bueno?

-Ni bueno ni malo. Ni buen mozo ni mal mozo.

– ¿Muchos años vivió usted con él?

-He vivido, sí, hasta que se lo ha llevado el río. Se lo ha llevado el diablo.

-¿Cómo ocurrió?

-Se fue para el río y dijo «ya voy a volver». Y no ha vuelto… Y se ha de haber venido a meter en el río. El río lo ha capturao.

-¿Lo encontraron después?

-Lo han hallado a los dos días. Había crecido mucho el río esos años. No me acuerdo qué mes era. Creo que era carnaval. Y entonces yo me he quedao sola. ¿Qué iba a hacer?

Antídoto contra el diablo

Es imposible que Margarita hable de procesos políticos o cambios en los hábitos culturales del último siglo. Aquí, en el cerro, la rutina de cuidar las cabras, cocinar y hacer quesos ha sido interrumpida siempre por sucesos menos importantes en apariencia, pero no por eso menos dramáticos. Una crecida, un viento furioso o una nevada cruel pueden terminar con una vida en minutos. Por eso, Margarita tuvo que aprender a hacerle frente al diablo, responsable de todas esas calamidades.

Cuando el viento sopla más de lo debido o los signos de una tempestad se hacen evidentes ella le reza a Santa Bárbara -«la de las tormentas»- y luego sale a la galería con una tela negra, una botellita de alcohol y una imagen de la cruz de Caravaca.

Ahí la abuela arroja alcohol y dice sus oraciones.

-¿Y qué pide?

-Que no me caiga tormenta. También quemo cuerno de vaca…

-¿Para qué?

-Para que no venga el viento y se vaya. El viento siente el cuerno quemado y se va. Y se le dice «¡Ah, diablo! ¡Vaya y tómese este alcohol! ¡Márchese y no venga más…! Así le digo. Y se calma el viento.

Claro, cualquiera podría pensar que el diablo, de tanto tener que vérselas con las plegarias de doña Margarita -que es capaz de ahuyentarlo como quien espanta un perro-, se va resignando de a poco.

«Antes, ¡cómo hacía de fiero el viento! -exclama- Ahora ya no hace así. Hace poco. Y tampoco nieva.» Y Silvia y Ana, allí presentes, asienten: las calamidades meteorológicas han perdido fuerza desde hace algunos años.

¿Puede ocurrir algo así? ¿Habrá domado la abuela al diablo? En estas latitudes, por lo menos, hay que admitirlo como posibilidad. Estas y otras cosas ocurren donde vive Margarita. Y si no, basta con trasladarse unos pocos kilómetros hasta Palpalá, donde la gente no quiere salir de noche porque, desde hace una semana, se anda apareciendo un centauro como si nada. O donde puede toparse uno con la mula ánima, un alma en pena que se presenta en forma de mula, echando fuego por el hocico, asustando a forasteros y locales por igual.

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