Han pasado ya 5 años desde que, entre una WordCamp y otra, comenzó una pandemia de algo llamado CoViD-19. Eso fue a finales de febrero de 2020, cuando toda la movida me pilló de viaje y, casualidades de la vida, en la casa de Dúrcal (en Granada), donde estaba pasando esos días, esperando al siguiente viaje. Un viaje que, por supuesto, nunca llegó.
Recuerdo bien esos primeros días de incertidumbre, trabajando desde una mesa improvisada, con una conexión que iba como podía y sin tener ni idea de cuánto iba a durar aquello. Al final, lo que parecía temporal se convirtió en rutina. Poco a poco fui adaptándome, hasta que finalmente llegó la fibra óptica a esa zona y la pregunta se hizo evidente: ¿para qué volver a la gran ciudad si ahora ya podía trabajar en remoto al 100%?
El mundo había cambiado, y yo con él. En estos cinco años han pasado muchas cosas: desde montar ROBOTSTXT como empresa, dar forma a proyectos que antes eran solo ideas (como WPVulnerability), hasta comenzar una vida familiar que también ha redefinido mis prioridades y mi manera de ver las cosas. Lo que al principio era “me quedo aquí, mientras tanto” se convirtió en un “estoy bien aquí” que se extendió mucho más de lo que hubiera imaginado.
Granada, con su ritmo pausado, su aire limpio, su silencio, terminó por atraparme. Vivir en un pueblo pequeño, lejos del ruido y las prisas, tiene algo hipnótico. Poder salir a una terraza donde no pasa nadie, escuchar solo el canto de los pájaros, tener espacio y calma… eso no tiene precio. Pero, como todo, también tiene su cara B. Aunque el trabajo remoto nos ha dado libertad, la desconexión de la vida social y profesional también pasa factura. Hay eventos, oportunidades, conversaciones y conexiones que simplemente no se dan cuando estás aislado. Y, aunque Internet nos conecta, no sustituye el contacto directo ni el ambiente creativo que se respira en una ciudad viva como Barcelona.
Así que después de darle muchas vueltas, ha llegado el momento de volver. No solo por trabajo, sino por esa necesidad de equilibrio: vivir en familia, pero también tener un espacio físico para la empresa, una oficina donde poder separar de forma clara lo personal de lo profesional. Volver a Barcelona significa reencontrarse con una ciudad que ya conozco, pero que también ha cambiado. Y volver con otra perspectiva: la de alguien que ahora valora tanto el ruido como el silencio, tanto la calma de un pueblo como el bullicio de una gran ciudad.
Esto no es simplemente cambiar de casa; es cerrar un ciclo y abrir otro. Comienza una nueva etapa, más consciente, más enfocada, con nuevos retos y proyectos por delante. Y aunque siempre quedará algo de nostalgia por esa vida tranquila en Granada, volver a Barcelona también se siente como regresar a casa.
Sin duda, empieza un capítulo distinto.
Deja una respuesta